La luz dorada del amanecer acaricia los pétalos delicados de las flores, despertando su brillo radiante. Cada rayo de sol susurra secretos de vida y color, revelando la belleza escondida en lo creado. Así como el oro es pulido para resplandecer, nuestra existencia se moldea en el abrazo del Hacedor. Las cosas, como estrellas destellantes, son herramientas para alcanzar la armonía divina. No son propias, sino prestadas, y se vuelven buenas o malas según el uso que les damos. En el brillo de cada acto virtuoso, encontramos la trascendencia y la plenitud de la creación.